• CÓMO DEVOLVERLE EL PRESTIGIO AL CONGRESO

    El Congreso de la República es una de las instituciones más desprestigiadas del país junto a los partidos políticos. En diferentes encuestas, tanto el legislativo como los partidos, han llegado a tener mayor desfavorabilidad que grupos armados ilegales. Lo anterior supone un serio daño a la democracia. En teoría el Congreso es el máximo representante de la voluntad popular. El profundo y sostenido desprestigio del Congreso colombiano es como una herida abierta e infectada en el cuerpo del Estado y aunque esto está suficientemente diagnosticado, muchos de quienes integran este órgano del poder público se niegan a transformar esta institución en una entidad seria, creíble y moderna. Pero partamos de una premisa, el Congreso no se debe

  • transformar en abstracto, los cambios deben iniciar en la elección de las personas que llegan a ocupar cargos allí y en las normas que rigen su trabajo.

    El desprestigio del Congreso no es simplemente para la institución, sino para todos quienes trabajan allí. Son muchas las anécdotas que pudiera contar sobre la prevención que diferentes personas sienten al hablar con un congresista, son tantas que solo contaré un par que recuerdo. Afortunadamente tengo mala memoria para lo negativo.

    Un día mientras estaba en el Senado recogiendo firmas para el proyecto de ley que brinda incentivos a los compradores de carros eléctricos, sostuve una conversación con un importante senador quien me dijo que había

  • pedido a su hijo menor que cuando le preguntaran en el colegio sobre qué hacía el papá, dijera escuetamente que trabajaba con el Gobierno, pero que omitiera contar que su padre era senador. El senador en cuestión me decía esto con toda tranquilidad, siendo consciente que la mala fama no era suya como persona, sino de la profesión.

    En otra ocasión, pedí una reunión en una importante empresa que tenía dentro de su portafolio de servicios la instalación de paneles solares. Lo hice porque quería aprender más al respecto y entender cómo una ley, que entregaba beneficios a quienes utilizaran energías alternativas y que había sido aprobada recientemente, estaba impactando a este sector. La cita fue concedida y fui algunos días después a visitarlos. La persona con quien iba a dialogar

  • era uno de los directivos, cuando el tipo entró a la sala dispuesta para nuestra reunión, lo hizo con una cara adusta y una actitud de prevención que se notaba a todas luces. Él, al igual que muchos que se reunieron conmigo y mi equipo durante estos años, quedaban sorprendidos por lo jóvenes que éramos todos y porque estábamos por fuera de los cánones tradicionales de los políticos profesionales del país. A medida que la reunión iba avanzando y el directivo notaba nuestra pasión e interés por el asunto, se fue tranquilizando, hasta que la reunión adquirió un tono cercano y de confianza. Al final, cuando nos despedimos, me dijo que lo excusara, que estaba esperando otro tipo de encuentro y que por esto había tenido una actitud fría al inicio.

    Han sido muchas las ocasiones en donde he estado en reuniones sociales donde conozco a

  • alguien nuevo, cuando estos me preguntan sobre mi profesión y les respondo que soy congresista, voltean los ojos o me dicen con tono condescendiente: ¿qué tal eso allá?, ¿muy cochino?, ¿muy maluco? Actitudes, frases y preguntas de ese estilo se cuentan por montones, pero, insisto, tengo mala memoria. No obstante, recuerdo que en los grupos de WhatsApp de mi familia y amigos, más de uno me recuerda de nuestra mala fama con videos, algunos GIF y las famosas cadenas de las que ya he hablado en otro capítulo. No más mientras escribo este capítulo, llegó un video a un grupo familiar que muestra una ratica bañándose y abajo dice: “ya ni respetan la intimidad de nuestros congresistas”. Me hizo reír. Desde muy temprano comprendí que en esta labor conviene evitar tomarse las cosas de forma personal, pues, en buena medida el desprestigio del

  • Congreso es bien ganado y la ironía, indiferencia y prevención que muchos colombianos sienten hacia los congresistas, es una actitud que, repito, ha sido cultivada desde dentro del legislativo.

    Ahora hablemos de cuáles son algunas de las causas del desprestigio del Congreso y cuáles pueden ser algunas soluciones.

    Propongo el siguiente ejercicio al lector: piense por un momento en el Congreso, en los congresistas, en las sesiones que se llevan a cabo en el Capitolio Nacional. ¿Qué se le viene a la cabeza? Me aventuro a jugar de adivino. Pensó quizás en ¿personas dormidas?, ¿congresistas jugando con sus celulares?, ¿sillas vacías?, ¿gritos y peleas? Supongo que muchos pensaron en cosas peores, que también las imagino, pero las omitiré. Vayamos más allá de lo divertido que

  • pudo resultar este ejercicio, ¿es saludable que las personas tengan un concepto tan bajo del legislativo y sus miembros?, ¿puede haber confianza en el Estado de esta manera? La situación no es alentadora y, por lo tanto, los cambios son necesarios. Pero antes de hablar de ellos, enumeraré algunas de las que considero que son las causas del desprestigio: ausentismo, distracción y desinterés en las discusiones; corrupción y pocos meses de trabajo legislativo.

    El ausentismo es quizás uno de los problemas más sensibles y determinantes para que el Congreso no funcione bien, pero al tiempo uno de los más fáciles de corregir. No me ha dejado de sorprender y generar malestar los congresistas que llegan a la plenaria, se registran usando su huella dactilar y posteriormente se van. En principio, es absolutamente deplorable y

  • reprochable que muchos congresistas incumplan la tarea más fundamental de su trabajo que es la de asistir a las sesiones y votar. Pero no solo es deplorable en el sentido moral de la obligación, sino que el ausentismo realmente entorpece que las votaciones de los proyectos de ley avancen al ritmo deseado, al no haber un quórum suficiente para votar las leyes, es bastante común que las sesiones sean levantadas al no existir un número mínimo de votos para continuar. ¿Cómo corregir esto?

    No hay que ser un experto de la política o las leyes del país para saberlo. Lo que se requiere es que tanto al principio como al final de las sesiones los congresistas deban registrarse con sus huellas en los lectores dactilares que cada uno tiene en su curul. En caso de no hacerlo, se deben descontar ese día de salario y, si en un

  • número determinado de ocasiones falta a esta obligación, se deben aplicar sanciones que puedan llegar hasta la pérdida de la investidura. El senador Alfredo Ramos presentó un proyecto de ley en este sentido, el problema radica en que es improbable que los congresistas se autorregulen. Sin embargo, soy optimista al respecto, pues, poco a poco, noto una mayor exigencia por parte de los ciudadanos frente a los políticos y creo que llegará más temprano que tarde el momento en el que haya una vigilancia ciudadana más estricta de lo que ocurre en el Congreso y esto pueda resultar en la disminución del ausentismo.

  • Con un grupo de estudiantes en el Capitolio. Durante estos cuatro años procuré mantener un diálogo permanente con jóvenes.
  • Es igual de importante que los medios de comunicación hagan presión en este sentido. Basta con que las cámaras de televisión o quienes hacen streaming en vivo para redes sociales hagan planos abiertos de las plenarias en diferentes momentos, para que las personas que están al otro lado de la pantalla puedan ver quiénes están presentes y quiénes faltan. Un ejercicio que parecería superficial pero que con el tiempo fue calando, consistía en las fotos que al final de las sesiones nos tomábamos como bancada del Centro Democrático. Aunque estas fotos me incomodaban un poco porque sentía que no hacía falta estar diciendo que estábamos cumpliendo, con el tiempo entendí que muchas personas valoraban estas imágenes y les generaba confianza. Estas fotos se convirtieron en dolor de cabeza para las bancadas de otros partidos —no todos— puesto que hacíamos notar su ausencia.

  • Respecto a la distracción, desorden en las plenarias y desinterés en las discusiones que se llevan a cabo cuando sesiona el Congreso, el diagnóstico es claro, pero la solución más compleja. Algo que me ha gustado hacer desde las primeras semanas en el Congreso hasta estos últimos meses, ha sido dar recorridos breves a personas que van a conocer el Congreso: estudiantes, empresarios, amigos, etc. Disfruto compartiendo un poco del privilegio que he tenido de sentarme durante cuatro años en el recinto más importante de nuestra democracia con personas que van por primera vez al Congreso. Durante estos años me atrevería a decir que he recibido a más de un centenar de visitantes.

    Las reacciones de quienes entran conmigo al Salón Elíptico por primera vez, normalmente,

  • son dos. Primero, se sorprenden y observan con asombro y respeto la belleza de este lugar, casi siempre algunos segundos después de mirarlo y descubrirlo preguntan si se pueden tomar fotos. La segunda reacción, una vez se sienten más cómodos, reprochan el desorden de la plenaria y la falta de atención que muchos congresistas prestan a las discusiones que se están dando. Preguntas como: ¿Oiga, esto siempre es así?, ¿esto es normal? y ¿por qué tantas personas están de pie y hablando entre ellos? Han sido recurrentes. Realmente da vergüenza que sean ciudadanos que por primera vez conocen de cerca el Congreso quienes hagan estas observaciones y reproches justificados.

    Quisiera resaltar algo sobre este tema. Han sido las personas más jóvenes, estudiantes de colegio

  • y de primeros semestres de universidad, quienes más se han sorprendido y más han reclamado por esto. Cada uno de estos llamados de atención me recuerdan, cuando me distraigo, la importancia de concentrarme en la discusión. Sin embargo, lo acepto y me excuso, en varias ocasiones he podido incurrir en estas malas prácticas. Ahora, ¿cómo resolver este problema? No creo que sea creando más normas o imponiendo sanciones a los congresistas. Considero que debe haber un cambio cultural en el comportamiento dentro de las plenarias y, nuevamente, la forma de promoverlo considero que puede ser a través del monitoreo ciudadano. Es cierto que las sesiones de Senado y Cámara son transmitidas por el Canal Institucional, los martes y miércoles respectivamente. Pero si miran con atención, las cámaras siempre están enfocando a quien habla y no a la plenaria en

  • general con una toma amplia. Esto impide que quien ve la sesión en vivo pueda saber lo que ocurre en el resto del recinto. De nuevo, los medios y redes sociales son claves para fomentar un cambio de comportamiento por parte de los legisladores.

    - Corrupción.

    Quiero empezar este fragmento con esta idea: no es posible que un congresista o, en general, que un político se haga rico ejerciendo su profesión en el servicio público. No hay justificación para que un servidor público con su sueldo, alcance a amasar fortunas que le permitan tener grandes extensiones de tierra y propiedades suntuosas.

    Dicho esto, abordemos el problema de la corrupción en el Congreso. La Constitución

  • Política especifica cuáles son las labores de un congresista: hacer las leyes y realizar control político. Desde hace varios años se ha instalado la costumbre en donde el congresista se ha convertido en un tramitador de proyectos regionales. Esto, que en principio no es necesariamente malo y hasta puede tener sentido, realmente se aparta de lo que en teoría es la labor principal del congresista. Pero lo cuestionable no es que un congresista vaya a un ministerio o a una entidad del Estado a solicitar que para X o Y municipio se construya un puente, una cancha de fútbol o se instalen unas cámaras de seguridad. El manto de duda surge cuando desde el Gobierno nacional se le otorga un presupuesto determinado al congresista para que este decida cómo se invierte el dinero en su región. Peor aún, este dinero, que se ha denominado “mermelada”, es asignado de manera arbitraria por altos funcionarios

  • quienes condicionan cuánto presupuesto se otorga dependiendo de variables como: número de votos obtenidos, compromiso en la defensa de los proyectos legislativos del gobierno y en general lealtad con el gobierno de turno. Aquí hay un serio problema. ¿Por qué a un congresista A de la costa Atlántica se le otorga C presupuesto y a otro del B país se le otorga D presupuesto? ¿Cómo se justifica eso? ¿Las necesidades son iguales al número de votos?

    Algunos, quienes comparten esta preocupación, han propuesto que el Gobierno haga público cuántos recursos se le asignan a cada congresista para que gestionen proyectos regionales, de manera que medios y ciudadanía en general puedan pedir cuentas claras sobre la inversión de este dinero. Una idea con buenas intenciones y respetable frente a la cual me

  • aparto, pues, creo que el deber de un congresista no es el de decidir en qué obras invertir, ya que esta es una tarea eminentemente técnica que debe obedecer a las realidades y necesidades de cada población, pero de ninguna manera a un criterio político.

  • Conociendo diferentes tipos de movilidad eléctrica y sostenible.
  • Hacer canchas de fútbol o polideportivos municipales puede ser muy atractivo para el electorado de un político en particular, pero probablemente lo que se necesite no sea este tipo de obras, sino algunas con menos brillo como un programa de vacunación infantil. Las realidades de las regiones de Colombia son diversas y, por lo tanto, cada peso debe ser invertido en la solución a los problemas más urgentes con miras en obtener desarrollo y no exclusivamente votos. Peor aún es que las obras se hagan en función de obtener comisiones por las obras realizadas y no por las urgencias de las comunidades. La solución a este problema considero que debe ser la de autorizar que los congresistas puedan presentar ante las entidades correspondientes lo que ellos consideran son necesidades municipales, pero que dichas solicitudes tengan un aval técnico del Departamento Nacional de

  • Planeación y, lo más importante, que en ningún momento el congresista tenga injerencia en el método de selección de contratistas para ejecutar la obra. Finalmente, que el trámite de todo proyecto sea público de manera que, en las páginas de internet de los ministerios y entidades nacionales, con total facilidad se pueda revisar qué personas: gobernadores, alcaldes, congresistas, concejales, diputados, etc., han presentado proyectos en dicha entidad. ¿Muy soñador?

    Finalmente está la causa de los pocos meses de trabajo legislativo. El Congreso sesiona del veinte de julio al dieciséis de diciembre. Y del dieciséis de marzo al veinte de junio. Se trabaja formalmente en sesiones aproximadamente ocho meses. Otro aspecto importante, es que las sesiones durante estos meses son usualmente los martes y miércoles, mientras los otros días

  • de la semana no se sesiona. Primero, quiero jugar de abogado del diablo, puesto que el trabajo de un congresista no se limita exclusivamente al trabajo de plenarias y comisiones. Un congresista debe atender diferentes compromisos en sus regiones que van desde visitas a municipios, atención a medios de comunicación, asistencia a eventos citados por gremios o asociaciones ciudadanas y, como mencionaba anteriormente, gestiones ante el Gobierno, muchas de ellas por solicitud de la comunidad. Mientras escribo estas líneas, estoy organizando un diálogo entre el Gobierno y algunos sectores de emprendimiento digital debido a una regulación que el Gobierno quiere expedir por decreto durante estos días y ha desconocido las ideas de este sector. Cuento lo anterior porque es parte de mi trabajo y no lo hago en Bogotá, pero de igual manera requiere tiempo y dedicación.

  • Suelo describir la función del Congreso como la de una junta directiva que, en este caso, no vela por los intereses de una empresa, sino por los del país. Y quienes hacen parte de una junta directiva no reducen su actividad exclusivamente a atender estos eventos, sino que deben recorrer la empresa, hablar con sus gerentes, revisar los números y hablar con personas externas a la compañía. De manera semejante lo hace un congresista.

    Dicho lo anterior, paso a la crítica reflexiva. No hay justificación para que el Congreso deje de sesionar casi cuatro meses del año. Ya he dicho que el trabajo no se limita a las sesiones, sin embargo, es mucho lo que puede avanzar el país en materia de discusión de leyes y control político si el Congreso sesionara al menos diez meses del año. Una de las razones principales para que el Congreso entre en receso de

  • diciembre a marzo obedece a las campañas políticas. Estos meses son claves para el trabajo político regional, primero para quienes buscan aspirar a la reelección en el legislativo y, luego, un año después, para las campañas locales a gobernaciones, asambleas, concejos y alcaldías. Aunque esta es una razón por la cual las cosas operan así, no encuentro justificación en esto. A un congresista se le paga por cumplir funciones legales y no por hacer campaña para sí mismo o para otros. No hay mejor campaña que la de los resultados en el trabajo legislativo. Es necesario cambiar el enfoque y procurar que el trabajo realizado esté marcado por la eficacia y excelencia y así los ciudadanos busquen la reelección de quien así ha actuado. La solución a este problema, como ya lo he dicho entrelíneas, es simplemente que el Congreso sesione más y tenga recesos mucho más cortos. Diez meses al año de sesiones es un deber de justicia.

  • Todo lo anterior no es más que diagnósticos e ideas que han resultado de mi experiencia en este lugar. Sé que hay diferentes universidades y centros de estudio que han realizado trabajos juiciosos y detallados sobre las formas para mejorar la actividad del legislativo. Es bueno que estos documentos no se conviertan en objetos de consultas académicas únicamente, sino que sean divulgados entre ciudadanos y políticos para que nuestro órgano legislativo tenga cambios reales. Presencia constante de los congresistas, orden y respeto en las sesiones, transparencia en las gestiones y más meses de trabajo legislativo, son solo algunas ideas para convertir al Congreso en una institución que genere confianza entre los colombianos. Es una necesidad.